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No se trata de las ropas que vistes, los rituales que realices, o la meditación que hagas, dice Dzongsar Jamyang Khyentse. No es lo que comas o cuánto bebas. Es si aceptas los cuatro descubrimientos fundamentales que hizo el Buda debajo del árbol del Bodhi; si lo haces, te puedes llamar budista.
Una vez estaba sentado en un avión en el asiento de en medio de la fila de en medio en un vuelo transatlántico y el sociable hombre en el asiento de junto hizo un intento de ser amistoso. Viendo mi cabeza rapada y mi falda marrón él comprendió que yo era budista. Cuando nos sirvieron la comida, el hombre, consideradamente ofreció ordenar un menú vegetariano para mí. Habiendo asumido correctamente que yo era budista, él también asumió que yo no comía carne. Ése fue el principio de nuestra plática. El vuelo fue largo, así que para matar nuestra aburrición discutimos acerca del budismo.
A lo largo del tiempo, he llegado a darme cuenta que la gente a menudo asocia al budismo con la paz, la meditación y la no-violencia. De hecho, muchos parecen pensar que los hábitos color marrón o azafrán y una sonrisa pacífica son todo lo que se necesita para ser budista. Como un budista fanático, debo enorgullecerme de esta reputación; particularmente en el aspecto de la no-violencia, el cual es tan raro en estos tiempos de guerra y violencia, y, especialmente, de violencia religiosa. A través de la historia de la humanidad, la religión parece engendrar brutalidad. Incluso en nuestros días, la violencia de los extremistas religiosos domina las noticias. Sin embargo, puedo decir con confianza que, hasta ahora, los budistas no nos hemos deshonrado. La violencia nunca ha jugado un rol en la propagación del budismo.
Sin embargo, como un budista entrenado, también me siento un poco descontento cuando el budismo es asociado nada más con el vegetarianismo, la no-violencia, la paz y la meditación. El príncipe Siddhartha, quien sacrificó todas las comodidades y lujos de la vida en palacio, debió de haber estado buscando algo más que la pasividad y los matorrales del bosque cuando se decidió a salir en búsqueda de descubrir la iluminación.
Cuando surge una conversación como la que surgió con mi vecino de asiento en el avión, un no-budista quizás pregunte casualmente, “¿Qué hace a alguien ser budista?” Esa es la pregunta más difícil de contestar. Si la persona tiene un interés genuino, la respuesta completa no aplica para una conversación ligera durante la cena, y las generalizaciones pueden conducir a malentendidos. Supongamos que le das la respuesta verdadera, la respuesta que los dirige hacia el mero fundamento de esta tradición de 2,500 años de edad.
Alguien es budista si él o ella acepta las siguientes cuatro verdades:
Todas las cosas compuestas son impermanentes.
Todas las emociones son dolor.
Todas las cosas carecen de una existencia inherente.
El nirvana está más allá de los conceptos.
Estos cuatro enunciados, hablados por el Buda mismo, son conocidos como “Los Cuatro Sellos”. Tradicionalmente, sello significa algo como estampa que confirma la autenticidad. Con la simplicidad y la fluidez en mente, nos vamos a referir a estos enunciados como sellos y como “verdades”, los cuales no deben ser confundidos con las Cuatro Nobles Verdades del budismo, las cuales atañen únicamente a aspectos del sufrimiento. Incluso cuando se cree que los cuatro sellos engloban todo el budismo, a la gente no le gusta oír hablar de ellos. Sin una explicación más a fondo, sólo sirven para disminuir el entusiasmo y, en la mayoría de los casos, no logran inspirar un interés mayor. El tema de conversación cambia y ese es el fin de la historia.
El mensaje de los cuatro sellos debe ser entendido literalmente, no metafórica o místicamente –y también debe tomarse en serio. Pero los sellos no son edictos ni mandamientos. Con un poco de contemplación uno ve que no tienen nada de moralista o ritualista. No se hace ninguna mención de comportamiento bueno o comportamiento malo. Son verdades seculares basadas en sabiduría, y la sabiduría es el principal tema de un budista. La moral y la ética están en segundo plano. Unos golpecitos de cigarro y un poco de andar de ojo alegre no impiden que alguien sea budista. Esto no es lo mismo a decir que tenemos licencia de ser retorcidos o inmorales.
Hablando desde una perspectiva amplia, la sabiduría resulta de una mente que tiene lo que los budistas llaman “la visión correcta”. Pero uno ni siquiera tiene que considerarse a sí mismo budista para tener la visión correcta. Ultimadamente es esta visión lo que determina nuestra motivación y acción. Es la visión lo que nos guía en el camino del budismo. Si podemos adoptar comportamientos íntegros además de los cuatro sellos, eso nos hace aún mejores budistas. ¿Pero qué te hace no ser un budista?
Si tú no puedes aceptar que todas las cosas compuestas o fabricadas son impermanentes, si tú crees que hay una substancia esencial o un concepto que es permanente, entonces tú no eres un budista.
Si no puedes aceptar que todas las emociones son sufrimiento, si tú crees que algunas emociones son puramente placenteras, entonces no eres un budista.
Si no puedes aceptar que todos los fenómenos son ilusorios y vacíos, si crees que ciertas cosas tienen una existencia inherente, entonces no eres un budista.
Y si piensas que la iluminación existe dentro de las esferas del tiempo, el espacio y el poder, entonces no eres un budista.
Así que, ¿qué te hace ser un budista? Quizás no naciste en un país budista o en una familia budista, quizás no vistas hábitos ni te rapes la cabeza, quizás comas carne y te fascinan Eminem y Paris Hilton. Eso no significa que no puedas ser un budista. Para ser un budista, debes aceptar que todos los fenómenos compuestos son impermanentes, todas las emociones son dolor, todas las cosas carecen de una existencia inherente y que la iluminación está más allá de los conceptos.
No es necesario tener presentes constantemente y sin cesar estas cuatro verdades. Pero deben de estar albergadas en tu mente. Tú no vas por ahí todo el tiempo recordando tu propio nombre, pero cuando alguien te pregunta tu nombre, lo recuerdas al instante. No hay duda. Cualquiera que acepte estos cuatro sellos, incluso de manera independiente a las enseñanzas del Buda, incluso si nunca ha escuchado el nombre del Buda Shakyamuni, puede ser considerado como alguien que está en el mismo camino que él.
Consideremos el ejemplo de la generosidad. Cuando empezamos a tener una realización del primer sello –la impermanencia– vemos todo como algo transitorio y sin valor, como si saliera de una bolsa de donativos para una tienda de caridad. No tenemos que deshacernos de todo, pero no tenemos apego a ello. Cuando vemos que nuestras posesiones son todos fenómenos compuestos impermanentes, que no podemos aferrarnos a ellos por siempre, la generosidad ya está casi lograda.
Entendiendo el segundo sello, que todas las emociones son dolor, vemos que la miseria, el yo, es el verdadero culpable, ya que nos provee un sentimiento de pobreza. Entonces, al no aferrarnos al yo, no encontramos motivo para aferrarnos a nuestras posesiones, y entonces ya no hay más dolor o miseria. La generosidad se convierte en un acto de alegría.
Al realizar el tercer sello; que todas las cosas carecen de una existencia inherente, vemos la futilidad del aferramiento, porque cualquier cosa a la que nos estamos aferrando no tiene una naturaleza verdaderamente existente. Es como soñar que estás distribuyendo un billón de dólares a extraños en la calle. Puedes dar generosamente porque es dinero del sueño, y, sin embargo, puedes obtener de vuelta toda la diversión de la experiencia. La generosidad basada en estas tres visiones inevitablemente nos hace darnos cuenta que no hay un objetivo. No es un sacrificio que soportamos para lograr reconocimiento social o para asegurarnos un mejor renacimiento.
La generosidad sin una etiqueta con precio, sin expectativas o condiciones provee un vistazo hacia la cuarta visión, la verdad de que la liberación, la iluminación está más allá de la creación de conceptos.
Si medimos la perfección de una acción virtuosa, así como la generosidad, con estándares materiales –cuánta pobreza está siendo eliminada– nunca podremos alcanzar la perfección. La deprivación y los deseos de los deprivados no tienen fin. Incluso los deseos de los ricos no tienen fin; de hecho, los deseos de los humanos nunca pueden ser del todo satisfechos. Pero de acuerdo a Siddhartha, la generosidad debe ser medida por el nivel de apego que uno tiene a lo que está siendo dado y al yo que lo está dando. Una vez que ya has realizado que el yo y todas sus posesiones son impermanentes y no tienen una naturaleza existente verdadera, tú ya tienes desapego, y eso es la generosidad perfecta. Por esta razón la primera acción a la cual se alienta en los sutras budistas es la práctica de la generosidad.
El concepto de karma, una marca indudable del budismo, también cae dentro de estas cuatro verdades. Cuando las causas y las condiciones se reúnen y no hay obstáculos, las consecuencias emergen. La consecuencia es karma. Este karma es reunido por la consciencia –la mente, o el yo. Si este yo actúa a partir de la avaricia o la agresión, esto genera karma negativo. Si un pensamiento es motivado por amor, tolerancia y un deseo de que los demás sean felices, esto genera karma positivo.
Tu motivación, acción, y el karma que resulta son inherentes como un sueño, una ilusión. El trascender el karma, ambos bueno y malo, es el nirvana. Cualquier cosa que llamemos una buena acción que no esté basada en estas cuatro visiones es meramente rectitud; no es ultimadamente el camino de Siddharta. Incluso si tú fueras a alimentar a todos los seres hambrientos del mundo, si actúa en completa ausencia de estas cuatro visiones, entonces simplemente sería una buena acción, no el camino a la iluminación. De hecho quizás sea una acción recta diseñada para alimentar y apoyar a tu ego.
Es debido a estas cuatro verdades que los budistas pueden practicar la purificación. Si uno piensa que ono está manchado por karma negativo o que es débil o “pecador”, y se frustra pensando que estos obstáculos siempre se van a interponer a su realización, entonces uno puede encontrar alivio en saber que estas características son cosas compuestas y, por lo tanto, impermanentes y capaces de ser purificadas. Por otra parte, si uno siente que le falta habilidad o mérito, uno puede encontrar alivio sabiendo que el mérito puede ser acumulado a través de realizar buenas acciones, ya que la falta de mérito es impermanente y, por lo tanto, cambiable.
La práctica budista de la no-violencia no es meramente ser sumisos con una sonrisa o ser mansamente considerados. La causa fundamental de la violencia es cuando alguien está fijo en una idea extrema, así como la justicia o la moralidad. Esta fijación usualmente emana del hábito de compararnos en las visiones dualistas, tales como lo bueno y lo malo, lo feo y lo bello, lo moral y lo inmoral. La auto-rectitud inflexible toma todo el espacio que permitiría la empatía hacia los demás. La sanidad se pierde. Entendiendo que todas estas visiones o valores son compuestos e impermanentes, tal como lo es la persona que las sostiene, se evita la violencia. Cuando no tienes ego, no hay aferramiento al yo, no hay en ningún momento razón para ser violento. Cuando uno entiende que los enemigos personales están cautivos bajo la poderosa influencia de sus hábitos, es más fácil perdonarlos por sus comportamientos y acciones irritantes. De un modo similar, si alguien que está en un hospital psiquiátrico te insulta, no tiene caso enojarte. Cuando trascendemos nuestra creencia en los extremos de los fenómenos dualistas, habremos trascendido las causas de la violencia.
En el budismo, cualquier acción que mejore nuestra comprensión o establezca las cuatro visiones es el camino correcto. Incluso prácticas que parecen ritualistas, así como encender un incienso o practicar meditaciones esotéricas y mantras, están diseñadas para ayudar a enfocar nuestra atención en una o todas las verdades.
Cualquier cosa que contradiga las cuatro visiones, incluyendo alguna acción que pueda parecer amorosa y compasiva, no es parte del camino. Incluso la meditación en la vacuidad puede convertirse en negación pura, nada sino un camino nihilista si no está en conformidad con las cuatro verdades.
Con la comunicación como finalidad, podemos decir que estas cuatro visiones son la espina dorsal del budismo. Las llamamos “verdades” porque son sólo hechos. No están manufacturadas; no son una revelación mística del Buda. No se volvieron válidos sólo después de que el Buda empezó a enseñar. Vivir bajo estos principios no es un ritual o una técnica. Los cuatro sellos no califican como una moral o una ética, y no pueden ser patentados o pertenecer a nadie. No existe algo así como un “infiel” o “blasfemo” en el budismo porque no hay nadie a quién serle fiel, a quién insultar o de quién dudar. Sin embargo, aquellos quienes no están conscientes o que no creen en estos cuatro hechos son considerados como ignorantes por los budistas. Tal ignorancia no es causa de un juicio moral. A alguien que no cree que los humanos hayan llegado a la luna, o que piensen que la tierra es plana, un científico no lo llamaría blasfemo, sólo ignorante. De hecho, si alguien fuera a producir una prueba de que la lógica de los cuatro sellos es falsa, que el aferramiento al yo, de hecho, no causa dolor, o que algún elemento desafía la impermanencia, entonces los budistas deberían estar dispuestos a seguir ese camino. Porque lo que buscamos es la iluminación, y la iluminación significa la realización de la verdad. Hasta ahora, sin embargo, en todos estos siglos, no ha surgido prueba alguna que pueda invalidar los cuatro sellos.
Si ignoras los cuatro sellos, pero insistes en considerarte un budista meramente por estar enamorado de las tradiciones, eso es devoción superficial. Los maestros budistas creen que como quiera que te llames o etiquetes a ti mismo, a menos que tengas fé en estas verdades, continuarás viviendo en un mundo ilusorio creyendo que es sólido y real. Aunque tal creencia te aporte provisionalmente la dicha de la ignorancia, ultimadamente siempre lleva hacia cierta forma de angustia. Entonces te pasas todo tu tiempo solucionando problemas y tratando de zafarte de la angustia. Tu necesidad constante de solucionar problemas se convierte en algo así como una adicción. ¿Cuántos problemas has solucionado sólo para ver otros problemas surgir? Si estás feliz con este ciclo, entonces no tienes razón para quejarte. Pero cuando ves que nunca vas a llegar a solucionar todos los problemas que surgen, ese es el principio de la búsqueda por una verdad interna. Mientras que el budismo no es la respuesta a todos los problemas temporales del mundo y las injusticias sociales, si sucede que tú estás buscando, y si sucede también que tienes buena química con Siddhartha, entonces quizás encuentres estas verdades como algo con lo que puedes estar de acuerdo. Si este es el caso, debes considerar seguirlo seriamente.
Como un seguidor de Siddhartha, no tienes que emular cada una de sus acciones –no necesitas escabullirte mientras tu esposa está durmiendo. Mucha gente piensa que el budismo es sinónimo a la renuncia; a dejar el hogar, la familia y el trabajo atrás, y seguir el camino ascético. Esta imágen de austeridad se debe en parte al hecho de un gran número de budistas reverencian a los mendicantes en los textos y enseñanzas budistas, así como los cristianos admiran a San Francisco de Asís. No podemos evitar sentir una impresión profunda ante la imagen del Buda caminando descalzo en Magadha con su cuenco de limosnas, o Milarepa en su cueva subsistiendo con sopa de ortiga. La serenidad de un simple monje burmés aceptando limosnas cautiva nuestra imaginación.
Pero también hay una variedad enteramente diferente de seguidores del Buda: el Rey Ashoka, por ejemplo, quien se desmontó de su carruaje real, adornado con perlas y oro, y proclamó su deseo de extender el buddhadharma a lo largo del mundo. Él se hincó, tomó un puñado de tierra, y proclamó que él construiría tantas estupas como granos de arena había en su mano. Y, de hecho, cumplió su promesa. Así que alguien puede ser rey, mercader, prostituta, drogadicto, o un ejecutivo de punta y aún así aceptar los cuatro sellos. Fundamentalmente, no es el acto de dejar atrás el mundo material lo que los budistas valoran, sino la habilidad para ver los aferramientos habituales a este mundo y a nosotros mismos, así como al renunciar a este aferramiento.
A medida que comenzamos a entender las cuatro visiones, no necesariamente desechamos las cosas; más bien empezamos a cambiar nuestra actitud hacia ellas, y, por ende, cambiando su valor. Sólo porque tú tienes menos que alguien más no significa que seas más puro moralmente o virtuoso. De hecho, la humildad en sí misma puede ser una forma de hipocresía. Cuando entendemos la ausencia de esencia y la impermanencia del mundo material, la renuncia ya no es una forma de auto-flagelación. No significa que seamos duros con nosotros mismos. La palabra sacrificio toma un significado distinto. Equipado con este entendimiento, todo se vuelve tan significativo como la saliva que escupimos al piso. No nos sentimos sentimentales acerca de la saliva. El perder dicho sentimentalismo es un camino de dicha, sugata. Cuando la renuncia es entendida como dicha, las historias de muchas otras princesas hindúes, príncipes y caballeros quienes en algún momento renunciaron a su vida de palacio se convierte en algo menos estrafalario.
Este amor por la verdad y veneración por los buscadores de la verdad es una tradición antigua en países como la India. Incluso hoy en día, en vez de mirar hacia abajo a los renunciantes, la sociedad de la India los venera con tanto respeto como nosotros veneramos a los profesores de Harvard o Yale. Aunque en esta era, esta tradición se está disolviendo ante el reino de la cultura corporativa, aún puedes encontrar a sadhus desnudos, cubiertos de ceniza quienes han dejado sus prácticas exitosas en carreras de leyes para convertirse en mendigos errantes. Me pone la piel chinita ver cómo la sociedad Hindú respeta a estas personas en vez de rechazarlos como pordioseros desgraciados o peste. No puedo evitar imaginarmelos en el Hotel Marriott en Hong Kong. ¿Cómo se sentirán los nuevos-ricos de China –quienes desesperadamente tratan de copiar los modos con los que los occidentales tratan a estos sadhus cubiertos de ceniza? ¿El portero del hotel les abriría la puerta? En tal caso, ¿cómo reaccionaría el conserje del Hotel Bel-Air de Los Ángeles? En vez de alabar la verdad y venerar a los sadhus, en esta era se adoran los espectaculares publicitarios y la liposucción.
A medida que lees esto, quizás estés pensando, Soy generosa y no tengo tanto apego a mis cosas. Puede ser verdad que no seas ‘cuenta chiles’ pero en la médula de tus actividades generosas, si alguien se va con tu pluma favorita, quizás te pongas tan enojada que quieras morderle la oreja. O quizás te pierdas todo el entusiasmo si alguien te dice, “¿Eso es todo lo que puedes dar?” Cuando damos, nos quedamos atrapados en la noción de “generosidad”. Nos aferramos al resultado –si no es un buen renacimiento, al menos buena reputación en esta vida, o tan siquiera una insignia en alguna pared. También he conocido a muchas personas que piensan que son generosas simplemente porque han dado dinero a cierto museo, o incluso a sus propios hijos, de quienes, a su vez, esperan una vida de lealtad.
Si no está acompañado por las cuatro visiones, la moralidad puede distorsionarse del mismo modo. La moralidad alimenta el ego, llevándonos a ser puritanos y a juzgar a quienes tengan una moralidad diferente de la nuestra. Fijados en nuestra versión de moralidad, vemos hacia abajo a otras personas y tratamos de imponer nuestra ética sobre ellos, incluso si esto significa quitarles su libertad. El gran académico y santo hindú, Shantideva, él mismo siendo un príncipe que renunció a su reino, enseñó que es imposible que nosotros podamos evitar encontrarnos con algo y todas las cosas dañinas, pero si podemos aplicar, aunque sea una de estas cuatro visiones, estamos protegidos de todo lo que es contrario a la virtud. Si piensas que todo el occidente es, de algún modo satánico o inmoral, será imposible conquistarlo y rehabilitarlo. Por el contrario, si tienes tolerancia dentro de ti, esto es igual a conquistarlo. No puedes suavizar a la tierra entera para hacer que sea más fácil caminar en ella descalzo, pero al portar zapatos te proteges de las superficies ásperas e implacenteras.
Si podemos comprender las cuatro visiones –no sólo intelectualmente, sino también experiencialmente, empezamos a liberarnos del aferramiento a las cosas que son ilusorias. A esta libertad es a lo que llamamos sabiduría. Los budistas veneran la sabiduría sobre todo lo demás. La sabiduría es superior a la moralidad, al amor, al sentido común, a la tolerancia, y al vegetarianismo. La sabiduría no es un espíritu divino que buscamos desde algún lugar fuera de nosotros mismos. La invocamos primero al escuchar las enseñanzas en los cuatro sellos –no aceptándose por su valor superficial, sino más bien analizándolas y contemplándolas. Si estás convencido de que este camino va a limpiar algo de tu confusión y traer algo de alivio, entonces tú puedes, de hecho, poner sabiduría en tu práctica.
En uno de los métodos budistas más antiguos, el maestro da a sus discípulos un hueso y les instruye contemplar su origen. A través de esta contemplación, los discípulos eventualmente ven el hueso como un resultado final del nacimiento, y el nacimiento como el resultado final de la formación kármica, y la formación kármica como el resultado final del deseo, etcétera. Convencidos a fondo por la lógica de la causa, la condición y el efecto, ellos empiezan a aplicar la consciencia a cada situación y cada momento. A esto es a lo que llamamos meditación. Las personas que nos pueden traer este tipo de información y entendimiento son veneradas como maestros porque, incluso aunque ellos tengan una realización profunda y puedan llevar una vida feliz en el bosque, tienen la voluntad de quedarse en el mundo a explicar la visión a aquellos quienes están aún en la oscuridad. Ya que esta información nos libera de todo tipo de tropiezos, tenemos una apreciación automática por aquel que nos la explicó. Así que nosotros, los budistas rendimos homenaje al maestro.
Una vez que has aceptado la visión intelectualmente, puedes aplicar cualquier método que haga profundizar tu entendimiento y realización. En otras palabras, puedes usar cualquier técnica o práctica que te ayude a transformar tu hábito de pensar que las cosas son sólidas y cambiar hacia el hábito de verlas como compuestas, interdependientes e impermanentes. Esta es una verdadera meditación y práctica budista, no sólo sentarte quieto como si fueras un pisapapeles.
Incluso cuando sabemos intelectualmente que nos vamos a morir, este conocimiento puede ser eclipsado por algo tan pequeño como un cumplido casual. Alguien comenta cuán graciosos lucen nuestros nudillos, y la siguiente cosa que sabemos es que estamos tratando de encontrar maneras para preservar nuestros nudillos. De pronto sentimos que tenemos algo que perder. Hoy en día estamos constantemente bombardeados por tantas cosas que perder y tantas cosas que ganar. Más que nunca necesitamos métodos que nos recuerden y nos ayuden a acostumbrarnos a la visión, quizás incluso colgar un hueso humano de nuestro espejo retrovisor, si no es que rapando nuestra cabeza y retirándonos a una cueva. Combinados con estos métodos, la ética y la moral se vuelven útiles. La ética y la moral pueden ser secundarios en el budismo, pero son importantes cuando nos acercan a la verdad. Pero incluso si una acción aparece íntegra y positiva, si nos aleja de las cuatro verdades, Siddhartha mismo nos advertiría que la dejáramos ser.
Los cuatro sellos son como el té, mientras que todos los otros medios para actualizar estas verdades –prácticas, rituales, tradiciones y adornos culturales– son como una taza. El reto no es dejarse llevar por la taza. La gente es más proclive a sentarse erguida en un lugar quieto sobre un cojín de meditación, que a contemplar qué vendrá antes; el día de mañana o la siguiente vida. Las prácticas afuera de nuestra mente son perceptibles, así que la mente rápidamente las etiqueta como “budismo”, mientras que el concepto “todas las cosas compuestas son impermanentes” no es tangible y es difícil de etiquetar. Es irónico que la evidencia de la impermanencia está en todas partes alrededor nuestro, y, sin embargo, no nos es obvia.
La esencia del budismo está más allá de la cultura, pero se practica por muchas culturas diferentes, las cuales usan sus tradiciones como la taza que sostiene las enseñanzas. Si los elementos de estos adornos culturales ayudan a otros seres sin causarles daño, y si no contradicen las cuatro verdades, entonces Siddhartha alentaría tales prácticas.
A través de los siglos, muchas marcas y estilos de copas han sido producidas, pero no importa cuán buena sea la intención detrás de ellas, o cuán bien parezcan funcionar, éstas se vuelven un obstáculo si nos olvidamos del té que está adentro. Incluso si su propósito es sostener la verdad, tendemos a enfocarnos en los medios, más que en el resultado. Así que la gente anda caminando por ahí con tazas vacías, u olvidan beber su té. Nosotros, los humanos, nos podemos fascinar o, al menos, distraernos con la ceremonia y el color de las prácticas culturales del budismo. El incienso y las velas son exóticos y atractivos; la impermanencia y la ausencia del yo no lo son. Siddharta mismo dijo que el mejor modo de alabanza es simplemente recordando el principio de impermanencia, el sufrimiento de las emociones, que los fenómenos no tienen una existencia inherente, y que el nirvana está más allá de los conceptos.
Ahora que el budismo está floreciendo en Occidente, he escuchado a gente alterando las enseñanzas budistas para que quepan en su modo moderno de pensar. Si hay algo que deba ser adaptado, serían los rituales y símbolos, no la verdad en sí. Buda mismo dijo que su disciplina y métodos deben ser adaptados apropiadamente al tiempo y al lugar. Pero las cuatro verdades no necesitan ser actualizadas o modificadas; y, de cualquier modo, es imposible hacerlo. Puedes cambiar la taza, pero el té permanece puro. Después de sobrevivir 2,500 años y viajar 40,781,035 pies desde el árbol del Bodhi en la India Central hasta Times Square en Nueva York, el concepto de “todas las cosas compuestas son impermanentes” aún aplica. La impermanencia es aún la impermanencia en Times Square. No puedes doblar estas cuatro reglas; no hay excepciones sociales ni culturales.
Dejando las verdades profundas a un lado, hoy en día incluso las verdades más prácticas y obvias son ignoradas. Somos como monos que yacen en el bosque y se hacen caca en las mismas ramas de las que se cuelgan. Cada día escuchamos a gente hablar acerca del estado de la economía, sin reconocer la conexión entre la recesión y la avaricia. Debido a la avaricia, los celos y el orgullo, la economía nunca será lo suficientemente fuerte para asegurar que cada persona tenga acceso a las necesidades básicas para vivir. Nuestro lugar de morada, la Tierra, se está contaminando más y más. He conocido a personas que culpan a los mandatarios antiguos, a los emperadores y a las religiones antiguas como la causa de todo conflicto. Pero el mundo secular y moderno no lo ha hecho mejor, para nada; si hay lugar a comparación lo ha hecho peor. ¿Qué es aquello que el mundo moderno ha hecho mejor? Uno de los efectos principales de la ciencia y la tecnología ha sido el destruir el mundo más rápidamente. Muchos científicos creen que todos los sistemas vivos y todos los sistemas que soportan la vida en la Tierra están en declive.
Es tiempo de que la gente moderna como nosotros demos nuestro pensamiento a los asuntos espirituales, incluso si no tenemos tiempo de sentarnos en un cojín, incluso si somos desalentados por aquellos que portan rosarios alrededor de sus cuellos, e incluso si estamos avergonzados de exhibir nuestras inclinaciones religiosas a nuestros amigos seculares. El contemplar la naturaleza impermanente de todo lo que experimentamos y el efecto doloroso del aferrarnos al yo nos trae paz y armonía –si no al mundo entero, tan siquiera dentro de nuestra esfera.
Dzongsar Jamyang Khyentse Rinpoche nació en Bután en 1961 y fue reconocido como la segunda reencarnación del maestro del siglo diecinueve, Jamyang Khyentse Wangpo. Él ha estudiado y ha sido empoderado por algunos de los más grandes maestros tibetanos de este siglo, notablemente el tardío Dilgo Khyentse Rinpoche y el tardío Dudjom Rinpoche. Dzongsar Khyentse Rinpoche supervisa su sede tradicional del Dzongsar Monastery en el Este del Tíbet, así como colegios nuevos que ha establecido en la India y Bután. Él también ha establecido centros de meditación en Australia, América del Norte y el remoto Este.
thubten khandro es una yoguini budista tibetana, bailarina, poeta y traductora originaria de México. Desde el 2013 es alumna de Yongey Mingyur Rinpoche y forma parte de la Comunidad de Meditación de Tergar. Ha publicado dos libros de poesía de dharma; bird yes y Sunbird. Actualmente da clases de yoga y comparte poesía y danza a través un boletín electrónico mensual.