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“Días de Primavera”, 2021. Pintura de Yeachin Tsai. © Yeachin Tsai
La primera práctica que el Buda enseñó a sus discípulos fue la práctica del refugio. Durante dos mil seiscientos años, los budistas han participado en un ritual de confianza en el buda (los guías iluminados), el dharma (las enseñanzas) y la sangha (la comunidad espiritual). Adoptar esta práctica básica es el acto de entrar en la comunidad del dharma. Es la forma en que ingresamos a ella.
Estas fuentes de refugio, el Buda, el Dharma y la Sangha, se comparan con tres joyas. El maestro, las enseñanzas y la comunidad de practicantes son como joyas en el sentido de ser fuentes valiosas y magnéticas de seguridad y apoyo. Son como joyas en el sentido de que refractan la luz de la verdad en mil colores. En el Buda, buscamos refugio de la inestabilidad. En el dharma, buscamos refugio de la ignorancia. En la sangha, buscamos refugio del miedo y la soledad: descubrimos que, sin importar quiénes seamos o lo que hayamos hecho en el pasado, podemos encontrar pertenencia.
Roy Baumeister y Mark Leary, científicos sociales que investigan la psicología y los comportamientos de los grupos, han llegado a la conclusión de que los seres humanos comparten la necesidad de pertenecer, “un impulso profundo de formar y mantener al menos una cantidad mínima de relaciones interpersonales duraderas, positivas y de impacto”. Dicho de otra manera, nos necesitamos los unos a los otros para prosperar y crecer. Estamos más seguros y felices cuando nos vinculamos con los demás.
Incluso se ha demostrado que cuando los humanos se sienten solos, sus circuitos cerebrales se iluminan en las mismas regiones que registran el dolor físico. La soledad literalmente duele. ¿Es de extrañar que muchos de los que llegan a la puerta de la comunidad vengan a mitigar el dolor de la soledad? Desde nuestro aislamiento, nos sentimos atraídos a pertenecer.
Yo viví en un monasterio budista durante más de una década. Llegué sintiéndome asustada y destrozada, acababa de perder a mi madre por un aneurisma repentino. Recuerdo una conversación de mi primera visita allí. Estaba en el comedor, hablando con un monje y una monja, y saqué el tema del fallecimiento de mi madre. Me preparé para un cambio de tópico, que es a lo que me había acostumbrado: el silencio incómodo, el “lamento mucho tu pérdida”, el giro hacia asuntos más ligeros. En cambio, estas dos personas se inclinaron. “Cuéntame qué sucedió. ¿Cómo murió?
Allí, el tema de la muerte no era inoportuno. Me sentí aliviada. Me sentí como si, por primera vez, alguien me estuviera reflejando que lo que sucedió no fue una tragedia. La mortalidad es parte de ser humano. Se puede aprender de ella, y mucho. En ese monasterio me encontré con una cultura de reflexión sobre la muerte como práctica.
Todas las comunidades albergan sus propias culturas, para bien y para mal. La cultura de una comunidad es una perspectiva compartida que rodea nuestras sanghas como un aura, que emerge de lo que pensamos, creemos, sentimos y hacemos. Es por naturaleza invisible e intangible. La cultura de la muerte que se encuentra en las sanghas budistas es un ejemplo de una perspectiva compartida que abre un nuevo ángulo de comprensión para quienes vivimos en una sociedad que niega la muerte. Esta podría ser una de las mejores partes de la cultura de la sangha: cuando descubrimos que los temas que son tabú en otros lugares son bienvenidos aquí. Es algo que puede sanarnos. Nos encontramos haciéndonos amigos de personas que pueden apoyarnos de maneras en que otros no pueden, o no quieren.
Un día frío, en un momento de impulsividad por el encierro de la pandemia, decidí dedicarme a la panadería. Mi gurú de la masa madre, Elaine, me miró a los ojos a través de la pantalla de mi computadora portátil y dijo con severidad: “Todo se reduce a la cultura”.
Elaine hablaba de la “cultura” en el sentido de un catalizador orgánico, la combinación de un organismo vivo (levadura) y un entorno nutritivo y propicio para su crecimiento; pero bien podría haber estado hablando de la sangha. La comunidad es un ecosistema vivo, que respira y que se encarna, y nuestras intenciones y actitudes proporcionan una cultura que es propicia o perjudicial para el crecimiento de las personas que encuentran refugio allí. Las dimensiones de nuestra cultura comunitaria pueden ser enriquecedoras o tóxicas, y a menudo, a pesar de nuestras mejores intenciones, son ambas cosas. La calidad de nuestra sangha se reduce a su cultura, pero rara vez damos un paso atrás para evaluar qué es, o por qué es así.
En la sangha, heredamos una cultura viva que nos transmitieron nuestros antepasados espirituales. Existen dimensiones de esta cultura —el arte, la música, los rituales, los cantos, las prácticas de meditación; tanto la cultura material como la cultura no material— que son hermosas y atrayentes. Pero la cultura budista también incluye prácticas, actitudes y creencias que chocan radicalmente con nuestras costumbres, suposiciones y educación locales. En el mejor de los casos, este choque es productivo, y da paso a ideas contraculturales que mejoran nuestras vidas, nuestra comunidad y nuestras familias. Pero el choque también revela que existen dimensiones de esta cultura heredada inadecuadas para nuestros tiempos y espacios.
Han sido necesarias algunas décadas de presencia del budismo en Occidente para que los practicantes consideren gradualmente la posibilidad de que hay dimensiones de esta tradición heredada que pueden ser perjudiciales. Por ejemplo, podríamos heredar el sectarismo, una cultura tribal en la que sólo los iniciados se sienten bienvenidos. Esta vibra de exclusividad puede ser venenosa. Prepara al grupo para que se defina a sí mismo frente a otros que son “forasteros”.
El patriarcado también ha saturado las instituciones budistas en Asia durante milenios; su mancha se ha mezclado con la práctica, con los textos raíz y con las estructuras de poder. También es una toxina. Si no reconocemos y nombramos al patriarcado, infectará nuestras mentes, corazones y espíritu, aquí en América del Norte y específicamente en tu propia sangha.
Este choque no tiene por qué ser una colisión. Puede ser una invitación a discernir lo que es correcto, justo, verdadero y útil. Para que el dharma prospere, debe encajar en la cultura en la que se encuentra: debe convertirse en una semilla que pueda prosperar en el suelo de estos tiempos y espacios en particular. ¿Cómo se manifestará el dharma aquí? ¿Quién tendrá acceso a él? ¿Qué valores enseñaremos a la próxima generación?
Para mantener un iniciador de masa madre, hay que alimentarlo. La espuma blanca del iniciador enfrascado en el refrigerador es saludable y fuerte, pero se debe agregar agua y harina todos los días para mantenerlo así, o la levadura se quedará sin alimento y finalmente, morirá.
La alimentación diaria es lo que mantiene fuerte a una cultura. Las culturas se alimentan de pequeños actos de comunicación, gestos de bondad y declaraciones de inclusión. A veces, sólo se requiere de una palabra o una sonrisa. Quienes llevamos el manto de la sangha, que somos miembros de la comunidad, haríamos bien en alimentar nuestra cultura conscientemente. Esto significa empezar a preguntarnos qué queremos ver en nuestras comunidades. ¿Deseamos una cultura de inclusión? ¿Una cultura de compasión? ¿De bondad? ¿De pensamiento planetario? ¿Una cultura de transparencia? ¿De colaboración?
Las culturas de la sangha son sembradas por el dharma, y por las ideas y valores de las personas que llegan a su puerta. También son sembradas por las sombras y fortalezas de nuestra cultura en un sentido más amplio: el racismo, el sexismo, la democracia, la tecnología. Interviene todo tipo de influencias culturales. Puedes reaccionar pasivamente con respecto a estas influencias, o pueden, como comunidad, definir colectivamente el tipo de cultura que desean sustentar y crear. Una vez definido, a medida de tus posibilidades, tienes que permanecer dentro de ese estándar. Al esforzarte en mantener dicho estándar, una y otra vez, lograrás cambiar tu cultura.
Las culturas necesitan tiempo para cambiar. El cambio ocurre cuando los miembros pasan tiempo juntos mientras cada uno se mantiene a sí mismo y a los demás comprometido con el estándar establecido por su cultura consciente. El cambio permite la fermentación: el tiempo que pasan juntos, alimentando su cultura a través de la acción y la colaboración continua, cambia gradualmente la dinámica interpersonal.
La fermentación es orgánica, pero no pasiva. Tú puedes influir en la fermentación de tu comunidad. Puedes fomentar intencionadamente actitudes, valores, objetivos y prácticas. Cuando otros visiten tu comunidad, no sólo se verán bañados en el dharma, sino que también probarán su fermentación. Así que alimenta bien a tu cultura.
La cultura de una comunidad está profundamente influenciada por su estructura, por cómo está conformada; la mayoría de las comunidades de dharma, pese a ser fuertes en cuanto a sus valores, son débiles en su estructura. La mayoría de las personas que ingresan a un centro pasan esto por alto. Están buscando un dharma que se ajuste a ellos. Rara vez se fijan en los contornos del poder. Pero la salud de una comunidad está directamente ligada a su estructura de poder. El locus de control en una organización se refleja en el mapa de cómo fluye la información y cómo se toman las decisiones.
La forma más común utilizada en los organigramas convencionales es la pirámide, con el poder concentrado en el vértice, que representa al líder (o en una empresa, al CEO). En las sanghas, ese líder es un solo maestro o guía, y la base es la comunidad que proporciona apoyo financiero y laboral, mientras que la junta directiva y los comités se encuentran en algún punto intermedio.
En la estructura piramidal, las decisiones se pueden tomar e implementar rápidamente porque el control y el poder fluyen desde un punto único. Se necesita poca o nula discusión comunitaria para concretar las cosas. Tales estructuras pueden funcionar con estabilidad y facilidad durante años. Pero hay problemas endémicos en una configuración de este tipo.
El primero es el problema de la punta de la pirámide en sí. El individuo que se sienta en la cima de una organización no es más que una sola mente y un solo campo experiencial. Esta persona, sin importar cuán inteligente o consciente sea, no puede ver todas las dimensiones de un problema o situación. Su solución se limitará a su propia visión circunscrita. Por lo tanto, las decisiones que fluyen desde el vértice no están sincronizadas con las realidades más abajo, donde la tensión y el estrés se concentran. Ésta es la razón por la que las estructuras piramidales son inestables y, eventualmente, colapsan.
La punta también señala un problema de la naturaleza humana: el poder tiende a embriagar y corromper. Ningún ser humano puede prosperar cuando se le ofrece el poder total. Las enseñanzas del Buda también afirman que no prosperamos cuando el ego está a cargo. Cuando una comunidad entera dirige su atención a una sola persona, esa persona se aísla y se vuelve vulnerable a la miopía ética. ¿Es de extrañar que tantas comunidades se disuelvan debido a los errores de una sola persona?
Tal vez sea hora de considerar nuevas formas para las comunidades budistas.
Imagina un mandala, con sus formas y patrones geométricos concéntricos y superpuestos, sus múltiples círculos, triángulos y cuadrados. Originalmente, el mandala estaba destinado a representar la totalidad. Es un modelo para el tejido organizacional de la vida misma, un diagrama cósmico que muestra la relación con el infinito y el mundo que se extiende más allá, y también dentro, de nuestras mentes y cuerpos.
El mandala también proporciona una forma alternativa para la comunidad en un mundo postpatriarcal. Según el principio del mandala, la toma de decisiones ocurre en círculos, en el sentido de colaboraciones y conversaciones. El modelo del círculo es uno de sabiduría relacional, una forma que centraliza la sabiduría del grupo.
A veces, estos círculos son literales, como en la práctica del consejo, una práctica no jerárquica que consiste en sentarse en un círculo y compartir opiniones utilizando un “bastón de la palabra”. El bastón de la palabra garantiza que todos los miembros del círculo estén invitados a hablar y que todos escuchen profundamente a los demás.
La tensión ayuda a la comunidad a mantener su forma. La tensión, específicamente en forma de disidencia, mantiene a la comunidad sana.
En Natural Dharma Fellowship, el lugar donde enseño, organizamos múltiples Consejos Ecosattva que están diseñados explícitamente para invitar a la reflexión sobre la difícil situación del planeta y el clima, así como el impacto de nuestra comunidad en el medio ambiente. Estos consejos reflejan el principio general del mandala: es una comunidad de círculos.
Otra forma que hemos encontrado útil en nuestra comunidad es la “estructura de raíz”. Se trata de un diagrama que intenta capturar el flujo de información, conversación y toma de decisiones que ocurre orgánicamente en la sangha. En otras palabras, se trata de una estructura cartográfica a la que se llega mediante la reflexión y la indagación sobre cómo están sucediendo realmente las cosas, en lugar de cómo nos gustaría que sucedieran en teoría.
Examinamos las estructuras de raíz no para superponer una estructura a través de roles y responsabilidades asumidas, sino más bien para describir lo que ya está presente a través de una indagación profunda sobre cómo se llega a las decisiones y cómo se implementan. El resultado es un diagrama que muestra cómo los individuos, los comités y los grupos forman nódulos e intersecciones. A veces, el resultado de este mapeo es revelador. Demuestra distribuciones de poder que son inesperadas y fuera de lo que cualquiera pensara.
Muchas personas que se sienten atraídas por las sanghas budistas son introvertidas. Muchos de nosotros somos reacios a los conflictos, y no nos agrada la tensión. Pero, de hecho, la tensión ayuda a la comunidad a mantener su forma. La tensión, específicamente en forma de disidencia, mantiene a la comunidad sana.
Hace aproximadamente un año, estaba charlando con una amiga que recientemente había aceptado un puesto en la junta directiva de un centro de dharma. Uno de los otros miembros de esta junta parecía ser un poco desafiante. En palabras de mi amiga: “Cada vez que algo se somete a votación, el presidente pregunta: ‘¿Hay alguna objeción?’ ¡Y Maude siempre tiene una! Me vuelve loca. Nos toma demasiado tiempo extra”.
Recientemente, le pregunté cómo iba el trabajo de la junta. Ella dijo: “¡Por fortuna tenemos a Maude! Siempre nos exige que nos pongamos en guardia. Creo que todas las decisiones que hemos tomado han sido mejores gracias a ella”.
Le recordé la charla anterior, y nos llevó a reflexionar sobre el valor de la disidencia. La disidencia implica tensión, nos empuja e impulsa a seguir cuestionando nuestras iniciativas. Esa duda es necesaria para evitar ir por el camino de la mentalidad de rebaño. Evita que las organizaciones se dobleguen a las presiones de la fuerza centrífuga que rodean a los líderes de una comunidad.
Abrazar la tensión es la práctica de recordar el mandala airado, el principio de que a veces necesitamos ser sacudidos para poder despertar. Cuando alguien desafía a una comunidad, no significa que las cosas vayan mal, sino que estamos llamados a considerar en qué sentido hemos estado dormidos. Es una llamada de atención para indagar en lo que no se ha visto ni se ha reconocido. Es un llamado a ser más conscientes.
Otra tensión en la comunidad es aquella en torno a la autonomía. En un grupo con valores compartidos, te sientes como si estuvieras entre tu gente dentro de tu comunidad, como si hubieras encontrado compañeros en tu camino. Pero ese sentimiento puede llevarte a priorizar al grupo, dándole una importancia que usurpa el bienestar de cualquier individuo. Ser miembro de un grupo, pese a ser gratificante, puede erosionar el poder personal, especialmente si se requieren sacrificios continuos para permanecer conectado con la comunidad. Los seres humanos necesitamos tener cierta autonomía.
El compromiso y la entrega son necesarios para que las comunidades funcionen. Pero para no hacer cosas en las que no crees, necesitas de una autonomía que te desafíe. Esa es la paradoja. Es una tensión de la que nunca se puede escapar del todo. El simple hecho de nombrar la necesidad de equilibrio entre la armonía grupal y la autonomía individual puede ayudarnos a cada uno de nosotros a discernir cuándo ceder y cuándo desafiar, cuándo ser generoso con la energía propia y cuándo practicar el autocuidado, cuándo comprometerse y cuándo recargarse.
¿Cómo nos protegemos contra la pérdida de la autonomía? En primer lugar, tomando conciencia de esta tensión entre el grupo y el individuo, y, en segundo lugar, poniendo en marcha estructuras que protejan la autonomía de los individuos. Cada miembro de la sangha es una cara de la comunidad. Todo el mundo debe tener alguna voz o foro en el que pueda ser escuchado y ejercer influencia. Todos deben sentirse vistos, no sólo por cómo contribuyen al bienestar del grupo, sino también por cómo encarnan su propia personalidad única.
Especialmente en un entorno residencial, deberíamos preguntarnos: ¿Cuenta cada persona con vehículos para la creatividad y la autoexpresión? ¿Está descansando lo suficiente? ¿Tiene tiempo para pasar fuera de la comunidad? ¿Existen medios para que cada uno exprese sus perspectivas, ideas y visiones únicas?
Las comunidades también necesitan la incómoda tensión de recibir retroalimentación. En algunas iniciaciones budistas tibetanas, hay un momento en el que el ritualista muestra a la comunidad un espejo, ese momento simboliza cómo la mente refleja todos los fenómenos y, al mismo tiempo, cómo todos los fenómenos son un espejo de la mente. Solicitar y recibir retroalimentación es una forma de que las comunidades sostengan sus propios espejos.
En ocasiones, es imposible vernos a nosotros mismos o a nuestra propia comunidad con claridad. El espejo puede venir en forma de un formulario de retroalimentación anónima después de un retiro, o un comentario o reflexión de un miembro de la familia que viene a visitarnos en comunidad. Puede ser un amigo que se sienta en la parte trasera de la sala de dharma y nos cuenta cómo le fue en la enseñanza.
Cualquiera que sea la forma del espejo, una de las cosas más importantes que podemos hacer en comunidad es normalizar la reflexión y la retroalimentación. Es un reto mirarse en el espejo: a menudo tenemos miedo de lo que podemos ver. Pero es sólo mirando que podemos ver y reconocer lo que necesita ser cambiado o mejorado.
Las comunidades necesitan fertilización cruzada para evitar quedar aisladas. Si una comunidad sólo recibe maestros o ministros de sus propias filas, eso es una señal de alerta. La fertilización cruzada se lleva a cabo invitando a los maestros, así como extendiendo a nuestros propios miembros y líderes a otras comunidades. Así es como una comunidad se mantiene fresca y relevante. Es la manera en que se mantiene un sentido de humildad y curiosidad dentro del liderazgo y la sangha.
Cuando convives sólo con personas que comparten tus creencias, esas creencias no se cuestionan. Y sí, las doctrinas deben ser desafiadas continuamente, o corremos el riesgo de caer en sistemas de creencias que dañan o esclavizan. Con sólo introducir nuevos maestros, nuevas conexiones de linaje, conexiones fuera de tu denominación o incluso fuera de tu religión de origen, la cultura del dharma de tu hogar se enriquece.
En algunos textos budistas, los elementos primarios del agua y el fuego se alinean con la compasión y la sabiduría. Una vez que se ha formado la forma de una comunidad, el agua de la compasión y el fuego de la sabiduría son nuestra protección. La compasión es el único medio en el que las relaciones profundas y significativas con los demás pueden crecer y florecer. La compasión comunica más allá de las palabras y la doctrina. Protege a una comunidad de caer en el juicio y el pensamiento reduccionista. Es la madre de la paciencia y la tolerancia. Esto puede ser sentido por todos, el factor indispensable para una comunidad budista viable.
La sabiduría, el fuego de la comunidad, es la segunda protección. Sí, existe la sabiduría ulterior de la iluminación. Pero hasta entonces, hay discernimiento, conciencia empírica y pensamiento crítico. Estas sabidurías relativas pueden quemar obstáculos, iluminar el camino compartido de una comunidad y forjar vínculos basados en una visión colectiva de la compasión en lugar de la doctrina. Con el agua de la compasión y el fuego de la sabiduría como protección de la comunidad, el despertar colectivo no sólo es posible, sino que puede ser incluso inevitable.
Willa Blythe Baker es la fundadora y directora espiritual de Natural Dharma Fellowship en Boston, así como de su centro de retiros, Wonderwell Mountain Refuge, en Springfield, New Hampshire. Es maestra autorizada de la tradición budista tibetana, ha realizado dos retiros de tres años y es autora de The Arts of Contemplative Care, Everyday Dharma y Essence of Ambrosia. Su próximo libro explora la sabiduría natural del cuerpo.
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.