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Deberías suplicar a los árboles y a las rocas que prediquen el dharma, y deberías pedir la verdad a los campos de arroz y a los jardines. Pide a los pilares el dharma y aprende de los setos y las paredes. En la tierra, en las piedras, en la arena y en los guijarros se encuentra la mente extremadamente inconcebible que mueve el corazón sincero. —Dogen Zenji
Dogen Zenji, fundador de la escuela Soto del Zen, vivió en Japón hace más de ochocientos años. Cuando era un joven monje, creía que los aspectos mundanos de la vida distraían de la práctica seria, pero para cuando atrajo a sus primeros estudiantes se había dado cuenta de su error.
Como abad de un templo, Dogen escribía instrucciones meticulosas para llevar a cabo las tareas cotidianas, desde cocinar y limpiar hasta cepillarse los dientes. No quería que los estudiantes desperdiciaran ni un momento del día. La atención plena no debía limitarse a la sala de meditación.
Pese a que las instrucciones prácticas de Dogen estaban dirigidas a las comunidades monásticas, podemos aplicarlas fuera de los confines del monasterio y en el jardín, donde las dudas brotan, las hierbas abundan y la mente florece más allá de toda barrera.
“Al cumplir con tus deberes, mantén una mente alegre, una mente amable y una mente grande”, escribió Dogen. Todo lo que haces, dondequiera que estés, es un reflejo de tu propia mente. Entonces, ¿cómo es que una tarea tediosa se convierte en la actividad de un buda?
Cuando me mudé a una casa con un viejo jardín japonés cubierto de maleza, no podría haber respondido a esa pregunta. Mi mente se arremolinaba con una combinación de ingenuidad vertiginosa y duda petrificante. No sabía nada de plantas. No tenía capacitación, herramientas, guía, ni supervisión. Convencida de que había una forma correcta de usar una pala y un momento especial para plantar o podar, tenía la certeza de que lo haría todo mal. Era mucho más seguro contemplar el lugar a través de la ventana de la cocina o leer uno de los muchos libros de jardinería que había coleccionado.
Y, sin embargo, no podía esperar para empezar. Aquí estaba la vida justo frente a mí, no en un esquema ingenioso o un sueño lejano. La única pregunta era cuándo saldría de mi cabeza para entrar a la tierra. Esa es la pregunta para todos los aspirantes a jardineros, como lo es para los practicantes del camino, y la respuesta es la misma: sólo empieza y ya.
Como bien lo dijo Dogen, “Utiliza tus propias manos, tus propios ojos, y tu propia sinceridad. Trabajar con las mangas enrolladas es la actividad de una mente en busca el camino”.
Justo frente a mí había un lugar rebosante de vida y desbocado de posibilidades. Para un jardinero, ¿qué lugar o momento no está lleno de posibilidades? Pese a mi falta de cualificaciones, confiaba en que mis manos sabrían qué hacer y que la suerte me ayudaría a salir adelante. Empecé a arrancar las hierbas y pasé a rastrillar hojas. A partir de ese momento, cada día en el jardín fue un buen día de trabajo.
El mundo natural me satisfacía como nada de lo que había hecho mientras estaba atrapada en un escritorio. Y, ¿por qué razón? Con tan sólo prestar atención, el jardín me dice qué hacer. No es necesario saber más. De hecho, es probable que los conocimientos dificultasen el proceso.
A mis ojos, cuanto más tiempo pasaba en el patio trasero, más hermoso se volvía. No porque mis habilidades mejoraran, sino porque ya no veía al jardín de manera crítica, como algo separado de mí. La sabiduría está más cerca de lo que crees. Tan cerca como tus manos, tan íntima como tu vista.
“Sin morar en el reino del bien y el mal, ingresa directamente en la sabiduría insuperable”, enseñó Dogen. “Si no tienes este espíritu, se te escapará aun estando frente a ti”.
Fotografía de Ryan Tang Photo / istock.com
Si bien la jardinería no me ha dado experiencia, sí me ha dado gratitud. Estoy agradecida de seguir los pasos de los antepasados que cosecharon los frutos de la tierra. “¿No es ésta una gran relación causal?” Preguntó Dogen, señalando la buena fortuna kármica de nacer humano, vivir en armonía con todas las cosas y ser útil. Ésta es una mente de gozo.
La segunda cualidad de la mente descrita por Dogen es la “mente bondadosa”, que él compara con el amor paterno, la devoción desinteresada a la vida del hijo. Ciertamente el trabajo era interminable, pero empecé a ver el jardín menos como un deber tedioso y más como algo de mi propia sangre. Su crecimiento dependía únicamente de mí, porque ¿quién más estaría ahí?
Si vives entre árboles y césped, cultivando plantas y flores, no estarás tan obsesionado contigo mismo, porque nunca dejarás de preocuparte por la lluvia, el sol, el calor, el frío, el moho y los topos: las constantes amenazas a las que se enfrenta un jardín. Sobre esta bondad extrema, Dogen explica: “Sólo aquellos que despiertan esta mente pueden conocerla, y sólo aquellos que practican esta mente pueden entenderla”.
Existe otra etapa en la crianza de los hijos, y es dejarlos ir. No poseemos a nuestros hijos, ni los controlamos. Nuestros días con ellos están contados, y ellos deben ser libres de seguir su propio camino. Amar incondicionalmente es amar sin apego ni expectativa. Y lo mismo ocurre con un jardín. Las hierbas brotan y las flores caen. Un jardín es, como todos los dharmas, vacío, impermanente y siempre cambiante.
Con el tiempo, llegué a ver mi papel aquí no como propietaria o paisajista, sino como una más en una larga lista de cuidadores temporales. Me puse un sombrero, empujé una escoba y usé un rastrillo. El jardín había estado aquí antes que yo, y mi intención era verlo continuar sin mí. Me ocupé de lo que había que hacer, cuando había que hacerlo, y confié en el camino. Tenemos el privilegio de recibir esta gran sabiduría ancestral, y nuestro trabajo es una ofrenda a cambio.
“El gran maestro Buda Shakyamuni dedicó los últimos veinte años de su vida para protegernos en esta época de declive del aprendizaje”, dijo Dogen. “¿Cuál era su intención? Nos ofreció su mente paterna, sin esperar ningún resultado o ganancia”.
A estas alturas, es posible que reconozcas que no hay tres mentes, sino una sola mente, la mente de Buda: la conciencia liberada del juicio dualista de lo correcto y lo incorrecto, de sí mismo y los demás, de dentro y fuera. Dogen llamó a la mente de Buda “grande”, porque es grande como una montaña o un océano, sin parcialidad ni exclusividad. Contiene todas las cosas y permite todas las cosas. Es donde estamos y lo que somos, más allá de nuestros puntos de vista estrechos y egoístas.
Dicho todo esto, Dogen nos da instrucciones precisas para actuar de acuerdo con una mente grande: “No te dejes atraer por los sonidos de la primavera ni te deleites viendo los colores del jardín primaveral. Permite que las cuatro estaciones avancen en una sola visualización. De esta manera es que debes estudiar el significado de ‘grande’”.
Para quien espera el repentino estallido de la primavera, esto suena como una herejía, pero es algo que concuerda con la realidad. Dogen nos está diciendo que seamos ecuánimes y que no nos apeguemos a las apariencias, las cuales van y vienen. Si nos aferramos a algo, sufrimos. No hay verano sin invierno; no hay flores sin pétalos que caen.
Un jardín nos muestra la profunda verdad de la vida tal y como es: siempre nueva, siempre ahora y siempre frente a nosotros. ¡Mira! ¡Mira! En cada estación encontrarás un buda ahí.
Karen Maezen Miller es sacerdotisa del linaje Zen Soto de Taizan Maezumi Roshi y estudiante de Nyogen Yeo Roshi. En la vida diaria, como madre de su hija Georgia y como escritora, su objetivo es resolver la enigmática verdad de la enseñanza de Maezumi: “Tu vida es tu práctica”. Miller es la autora de Momma Zen: Walking the Crooked Path of Motherhood, y más recientemente, Paradise in Plain Sight: Lessons from a Zen Garden.
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.