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Tras haber sido ambos, practicante budista monástico y practicante laico, he llegado a ver la ética budista como algo más que directrices moralistas. Más bien, sirven como herramientas para cultivar la conciencia plena y descubrir nuestra naturaleza despierta más profunda. Después de todo, el corazón del camino budista, tal y como yo lo veo, no es convertirse en un “buen budista” ni alcanzar ideales occidentales de virtud. El buddhadharma se ocupa principalmente de comprender (y remediar) las causas raíz del sufrimiento, para nosotros mismos y para los demás. Al trabajar con diligencia para aliviar y, en última instancia, eliminar estas causas, preparamos el camino para el florecimiento de la budeidad, o despertar.
La ética budista abarca más de lo que podría parecer a primera vista. Dentro de los linajes tibetanos, la organizamos en tres categorías distintas. La primera comprende los Pratimoksha, o votos para la liberación individual. A éstos les siguen los preceptos asociados a la conducta Mahayana, impulsados por la bodichita, la aspiración a despertar en beneficio de todos los seres. Por último, existe una ética específica y samayas, o preceptos tántricos, para los practicantes del Vajrayana, o camino tántrico del budismo.
Aquí nos centraremos únicamente en la primera categoría: Los votos Pratimoksha. Estos votos existen en dos formas: para los monásticos (monjes y monjas) y para los jefes de familia, o los que llevan una vida no monástica. Ambas están más interconectadas de lo que la mayoría cree.
Los votos monásticos se basan esencialmente en los cimientos establecidos por los cuatro o cinco preceptos fundamentales de los votos Pratimoksha laicos. Estos principios fundamentales hacen hincapié en evitar tomar la vida, abstenerse de robar (tomar lo que no nos ha sido dado), evitar el daño a través de la sexualidad y abstenerse de engañar o mentir. También nos encontramos a menudo con un quinto precepto: evitar la intoxicación, ya que el Buda, en los sutras que tratan sobre los preceptos del jefe de familia (véase el Sutta Sigalovada), destacaba con frecuencia cómo la intoxicación aumenta la probabilidad de transgredir los otros cuatro.
Así pues, estos cinco preceptos sirven de guía para los practicantes laicos. (Los votos monásticos amplían esta base incorporando elementos más elaborados y profundos de la práctica de estos principios. Por ejemplo, dentro del precepto de evitar la conducta sexual inadecuada, un monástico se compromete a un voto adicional de celibato, absteniéndose por completo de la actividad sexual).
Es crucial ir más allá de la mera consideración de estos principios como normas o mandamientos. Aunque un enfoque directo que indique “no hagas esto” tiene su lugar, sobre todo cuando se consideran las consecuencias negativas inmediatas de acciones tales como tomar la vida, la ética budista ofrece una perspectiva más profunda: tales acciones no sólo dañan a los demás, sino que también afectan negativamente a nuestra propia mente. Esta conexión entre la acción y el estado mental puede no ser inmediatamente evidente, pero con la práctica constante del dharma y la meditación, empezamos a ver cómo nuestras decisiones pueden crear malestar mental y obstaculizar nuestro progreso.
Y, por supuesto, las enseñanzas budistas reconocen el principio del karma, haciendo hincapié en el concepto de causa y efecto que se extiende más allá de nuestra percepción inmediata. Llegamos a comprender que realizar acciones dañinas tiene repercusiones que se desarrollarán más allá de este abrir y cerrar de ojos en el tiempo que llamamos vida.
Evitar lo que no hay que hacer nos da espacio y perspectiva para cultivar sus opuestos: preservar la vida, practicar la generosidad, etc. Este cambio fomenta una mente más abierta y compasiva, beneficiándonos a nosotros mismos y a los demás y allanando el camino para una comprensión más matizada.
El budismo, en el fondo, es un camino, un viaje lleno de medios hábiles diseñados para ayudarnos a descubrir nuestra naturaleza búdica. (En parte por eso prefiero el término “ética” a “moral”. En mi opinión, la ética tiene una connotación más orientada al camino). Las enseñanzas Mahayana hacen hincapié en el potencial de todo ser para despertar y alcanzar la liberación. Puede que no todos profesemos la filosofía Mahayana, pero la idea de que el sufrimiento surge porque no reconocemos ni cultivamos el potencial despierto inherente es un fundamento básico de los principios budistas.
Una vez que hemos establecido una relación sana con el evitar acciones dañinas hacia nosotros mismos y hacia los demás, quizá incluso cultivando activamente sus opuestos positivos, estamos listos para ir a lo profundo. Aquí es donde podemos empezar a explorar la naturaleza de cómo la ética budista converge con las tres marcas, o sellos, del dharma: impermanencia, dukkha (a menudo traducido como sufrimiento, pero que en realidad implica un ámbito mucho más amplio y sutil de insatisfacción y malestar) y vacuidad (no dualidad). No son meros conceptos teóricos. Sirven como puertas de luz, iluminando el camino hacia la liberación del sufrimiento.
Profundicemos aquí en el dukkha, explorando su conexión con la ética budista, en particular con los preceptos del jefe de familia. Por ejemplo, consideremos el deseo de intoxicación, que altera y nubla la mente. Este deseo suele surgir por una doble causa: la búsqueda del placer y la evasión de algo desagradable. Este “algo desagradable” podría manifestarse como aburrimiento, una forma omnipresente de dukkha en sí mismo, o un dolor más profundo y persistente. En lugar de afrontar estos retos de frente, utilizamos la intoxicación como forma de distracción.
Aquí es donde la ética budista se transforma en una poderosa práctica de atención plena. No se trata de lograr un estado inalcanzable de perfección, sino de cultivar la conciencia de esos momentos en los que nos sentimos tentados a doblar o romper nuestros preceptos porque no estamos dispuestos a permanecer con nuestra experiencia presente.
Otro ejemplo es la no virtud del chisme o habladuría. Participar en chismes puede ser perjudicial para los demás, y también puede ser una forma de distraernos de afrontar nuestro propio dolor o insatisfacción. Practicar la propia ética es lo que realmente marca la diferencia. Por ejemplo, al ser conscientes del impulso de participar en el chisme e investigar sus motivaciones subyacentes, cultivamos una comprensión más profunda del dukkha que surge en nuestro interior. Esta conciencia de nosotros mismos nos prepara para enfrentarnos directamente a estos retos, fomentando una mayor comprensión de la naturaleza del dukkha, que, de nuevo, abarca un abanico mucho más amplio que el simple dolor o sufrimiento. Es una fuerza omnipresente en nuestras vidas, pero también es la clave de nuestra liberación.
Utilizar el dukkha como entrada a la liberación puede ser un reto, ya que nos exige ir más allá de la reactividad instintiva y cultivar el deseo de encontrarnos con la crudeza de cada momento. Al observar nuestra mente y el cómo reacciona ante el dukkha, empezamos a conocer su verdadera naturaleza. Esta exploración, a su vez, prepara el camino para comprender la tercera marca del dharma, la vacuidad (no dualidad).
Aunque el camino budista desafía nuestra tendencia natural a evitar el dolor, no aboga por la autoflagelación, sino que nos anima a comprender la naturaleza del dolor, sus orígenes y la resistencia que surge en respuesta a él. En mi experiencia, el dukkha se manifiesta a menudo como una forma de resistencia. Aunque puede existir un dolor inherente, a menudo se agrava cuando nos resistimos.
Así que he aquí un consejo práctico: reflexiona sobre las áreas de tu vida en las que encuentras resistencia. Considera cómo podría vincularse esta resistencia a la conducta ética. Podemos adoptar comportamientos perjudiciales para nosotros mismos o para los demás, tanto en lo inmediato como a largo plazo, simplemente para evitar enfrentarnos a nuestra situación. Esta evasión tiene su origen en la falta de voluntad para estar abiertos y presentes en nuestra experiencia. En esencia, nos convertimos en esclavos de nuestra resistencia.
Por supuesto, la integración de estas prácticas requiere exploración y dedicación continuas. La reflexión profunda, el compromiso con las enseñanzas budistas y una práctica de la meditación sólida son necesarios para cultivar la conciencia plena necesaria para permitir y observar la naturaleza de nuestra resistencia y el dukkha.
Comienza con formas más sutiles de dukkha. Las experiencias molestas pueden ser un buen punto de partida. Nota la sensación en tu cuerpo y la resistencia que se acumula. Por ejemplo, la tensión en el pecho puede ser un signo de resistencia. Al tomar conciencia de estas experiencias, empezamos a aprender de ellas.
A través de este proceso, la ética budista se convierte en algo más que un conjunto de normas de buen comportamiento. Se transforma en herramientas para descubrir nuestra naturaleza despierta más profunda. Esta naturaleza despierta yace en estar presente con lo que consideramos dukkha. Recuerda que el dukkha se encuentra entre la impermanencia y la vacuidad. Esto sugiere que el dukkha es a la vez impermanente y vacío de existencia inherente. Surge en dependencia de causas y condiciones, no como una entidad sólida e independiente.
Y recuerda: la no dualidad y la vacuidad en el budismo no implican la inexistencia, sino que hacen hincapié en la naturaleza interconectada e interdependiente de la realidad. Es nuestra resistencia a esta interdependencia lo que crea la ilusión de separación y alimenta nuestro sufrimiento. La ética budista es algo más que un código moral sobre cómo ser una “buena persona” o evitar acciones “malas”. Desde la perspectiva del dharma, evitar acciones dañinas también nos ayuda a evitar consecuencias kármicas negativas. Pero para los practicantes, una visión más sutil también es beneficiosa. Cultivamos la apertura a la naturaleza impermanente e interdependiente de nuestro dukkha, permaneciendo conscientes y sin oponer resistencia. Este enfoque conduce a una forma más natural y sostenible de trabajar con la ética budista, fomentando en última instancia una forma de vivir más consciente, ética y despierta.
Scott Tusa es maestro y practicante de meditación budista con más de dos décadas de experiencia en la exploración y encarnación del camino budista. Ordenado por Su Santidad el 14º Dalai Lama a la edad de veintiocho, Scott pasó nueve años como monje budista. Desde el 2008, comparte sus conocimientos y orientación, enseñando budismo y meditación en todo el mundo, en persona y en línea.
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.