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Crecimos y vivimos en una sociedad perfectamente creada para distraernos y alejarnos de los buenos hábitos. Nos han hecho creer que la felicidad viene de un mejor ingreso, un mejor puesto, una mejor pareja, un mejor viaje y en esa búsqueda nos hemos desconectado de nosotros mismos. Como practicante budista occidental he notado que uno de los obstáculos más evidentes para quien busca avanzar en su camino espiritual es la disciplina y la determinación para practicar. Estas son dos de las seis paramitas o perfecciones del budismo, y sin ellas es imposible entrar en contacto con nuestra naturaleza de buda. La disciplina es un hábito y los hábitos nos llevan a nuestros objetivos. La disciplina en la meditación nos hace ser más conscientes, compasivos, bondadosos y vulnerables.
Hay tres factores que comúnmente nos alejan de los buenos y nuevos hábitos: el miedo, las expectativas externas y el placer inmediato.
El miedo a algo nuevo puede ser muy sutil, muchas veces se disfraza de evasión, de postergación, de rechazo a lo que parece poco familiar. Simplemente tenemos miedo a conocernos, cambiar y alejarnos de nuestros hábitos socialmente aceptados. Nos da miedo abrir nuestro corazón y sentirnos vulnerables. La vulnerabilidad es una de las herramientas más poderosas y hermosas de la práctica budista; nos convierte en seres más seguros y conscientes, y nos lleva a valorar esos momentos que nos regalamos para sentarnos a meditar.
Nuestra mente consciente nos conecta con nosotros mismos y con los demás, y gracias a ello generamos y vivimos en comunidad. Pero es esta mente consciente y sociable que hace que nos importe demasiado lo que dicen los demás. Buscamos reconocimiento y validación, evitamos la crítica y nos importa pertenecer. Vivimos en una sociedad excesivamente acelerada y enfocada en los logros y triunfos. Inmersos en el exceso de trabajo y compromisos sociales, no nos damos cuenta que está en nosotros parar y quitarle peso a las expectativas de los demás para enfocarnos en nosotros mismos y regalarnos el tiempo que requiere nuestra práctica.
La dopamina y la serotonina, entre otros neurotransmisores, son clave de cómo nos sentimos, y por lo tanto clave en nuestro rendimiento, afectando nuestra motivación para tomar acción. Cuando nuestro cerebro libera dopamina, “la hormona de la felicidad”, sentimos placer. El problema es que estos neurotransmisores impulsan a nuestro cuerpo a buscar su efecto de formas fáciles y de formas que juegan en nuestra contra. Apagar el despertador y dormir 30 minutos más genera dopamina, se siente delicioso. Las pantallas, Netflix, las redes sociales, los “me gusta”, también generan descargas de dopamina generando placer y adicción. Paradójicamente, sentimos placer al mismo tiempo que nuestras redes neuronales se desconectan más, nuestra ansiedad incrementa de forma imperceptible y la posibilidad de generar un nuevo hábito, se esfuma.
Romper un mal hábito, aunque sea una vez, es una victoria. Las pequeñas victorias (como sentarse a meditar en vez de prender la TV) también generan dopamina y serotonina motivándonos a volverlo a hacer. Además, la práctica de meditación genera y regula esos mismos neurotransmisores, generando bienestar y satisfacción. En nuestra búsqueda necesitamos confiar y rendirnos ante la posibilidad de que con esfuerzo y dedicación podemos obtener resultados, algunos a muy corto plazo, otros a mediano y largo plazo. La práctica misma fortalece la disciplina.
Jigme Khyentse Rinpoche sugiere que lo primero que necesitamos es reconocer y aceptar nuestra capacidad de distraernos y nuestra aversión a estar con nosotros mismos. Al mismo tiempo darnos cuenta, tal y como lo sugirió Buda, de cómo nuestros hábitos actuales nos generan sufrimiento. Darnos cuenta de cómo y porqué le huyo a mi compromiso con la práctica de meditación.
“Nuestras ocupaciones mundanas son como los juegos de niños, no se terminan al menos que nosotros los detengamos”.
No siempre tenemos las condiciones ideales, sin embargo, podemos ayudarnos a generar el espacio adecuado para practicar. Establece horarios fijos para meditar donde haya menos distractores a tu alrededor. He descubierto que la frase “gánale a la mañana”, sirve mucho. La mejor hora puede ser antes de que empiece el ruido, antes de que tu familia y trabajo requieran de ti, con el teléfono lejos. Reconoce tus propios distractores, bloquéalos y busca esas pequeñas victorias cada día.
¿Cuál es tu motivación para meditar? Necesitamos saber porqué queremos practicar. En el budismo Mahayana lo hacemos para liberarnos y beneficiar a todos los seres, pero ¿es esa realmente tu motivación? Necesitamos ser sinceros, cuestionarnos y establecer qué nos mueve personalmente, qué queremos cambiar y entonces, poco a poco, ir ampliando nuestra motivación. Una motivación que abarque a más seres es muy poderosa, pero al principio, una motivación sincera con la cual conectemos es fundamental.
Todas las tradiciones budistas hablan de tres aspectos fundamentales en nuestro camino: escuchar, contemplar y meditar. Escuchamos (o leemos) las enseñanzas para contemplar en ellas y después de comprenderlas, meditar para transformar nuestra mente. Así, la entrenamos en esas nuevas maneras descubriendo poco a poco nuestra naturaleza de Buda.
Recuerdo cuando recibí las primeras enseñanzas budistas de una práctica en particular. Sentía ansiedad de hacerlo inmediatamente, de vivir la experiencia de meditación y al poco tiempo quería recitar mantras. Al hacerlo, se sentía excéntrico y poderoso, sin embargo, no lograba crear un hábito, en mi interior no se sentía esa hermosa necesidad de sentarme a diario. Fue años después, que gracias a mis maestros entendí que necesitaba pasar horas CONTEMPLANDO las enseñanzas.
¿Cómo se manifiesta en mi vida el sufrimiento y las causas del sufrimiento? ¿Hay algo que pueda hacer para terminar con todo ese sufrimiento a mi alrededor?
Todo ese tiempo dedicado en socializar y producir ¿realmente me beneficiarán a largo plazo? ¿Qué tan preciada es mi existencia humana y esta rarísima oportunidad que tengo para liberarme de mis emociones negativas?
Todas estas preguntas y muchas más, son el corazón de las enseñanzas, pero por lo general, las dejamos de lado para adentrarnos en lo jugoso, llamativo y excéntrico de la meditación, ignorando que estas contemplaciones son el vínculo sagrado entre la enseñanza y la meditación. Son los generadores de nuestra motivación y lo que nos impulsa a establecer prioridades, un nuevo propósito en nuestras vidas y disciplina en nuestra práctica.
Ya sea que seamos principiantes o que llevemos años relacionados con la práctica de meditación, desarrollar disciplina es cuestión de motivación y decisión. El mejor momento para empezar es ahora, en ese momento ya estará sucediendo. Comprométete 21 días con un horario fijo y tiempo definido. Una sesión a la vez, un día a la vez. Te invito a que lo intentes y generes un cambio en tí y en los que te rodean.
Diego García lleva estudiando y practicando Budismo Tibetano desde el 2003. Sus maestros principales son Jigme Khyentse Rinpoche, Dzongsar Khyentse Rinpoche y Shechen Rabjam Rinpoche a quienes ha servido como traductor del inglés al español. Pasa alrededor de 5 meses del año en Europa y Asia recibiendo enseñanzas y en retiros de meditación. Bajo instrucciones de Dzongsar Khyentse Rinpoche, ha colaborado con Casa Tila México dando cursos de meditación e introducción al budismo.