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Aunque no me considero una persona que se enoja fácilmente, siempre he tenido mucha curiosidad con respecto a la ira. Cuando era niña, recuerdo haber experimentado un miedo profundo en los momentos caóticos de ira de mi madre. Me sentía impotente y ansiosa, pero reprimía estas emociones por miedo a añadir más intensidad a los arrebatos de mi madre y las repercusiones inevitables que traería. A medida que crecí, me volví muy consciente de las formas sutiles en que todos albergamos y expresamos la ira. Lo siguiente es lo que descubrí en mi exploración.
La energía de la ira puede sentirse empoderadora y fortalecedora. Cuando nos sentimos extraordinariamente vulnerables o disminuidos, la energía de la ira agudiza nuestros sentidos y nos devuelve el poder, sirviendo como una llamada de atención que nos saca de nuestro estancamiento. Inicialmente, esta ola de energía cargada de ira se siente bien. La descarga de adrenalina es seductora: queremos aferrarnos a ella y aumentar su energía. Este sentimiento de ira puede ser beneficioso a veces, pero a menos que lo enfrentemos con conciencia, puede hacernos perder la perspectiva y puede destruir las relaciones cuanto más nos aferramos a él.
La ira nos permite permanecer firmes en nuestra rectitud, en nuestro sentido de justicia. Incluso podemos sentirnos inspirados porque recuperamos nuestro sentido de identidad. Nuestro ego, nuestro sentido de mí, está tan lleno, pensando en lo que haremos para corregir este error.
Sin embargo, la ira inconsciente y sin sentido se vuelve personal, lo que invariablemente conduce a un comportamiento inapropiado e irrazonable. Puede volverse divisivo, excluyente e incluso odioso a veces, y también puede separarnos de los demás porque puede ser condescendiente y arrogante. En su raíz, este tipo de ira dice yo tengo razón y tú estás equivocado.
En este estado de ánimo, nuestra capacidad de escuchar atentamente lo que la otra persona tiene que decir se detiene repentinamente. Un arrebato de cólera nos ciega y deja de servirnos como una fuerza de empoderamiento. Es entonces cuando la ira puede convertirse en nuestro peor enemigo y en un impedimento para un desenlace pacífico.
No me tomó mucho tiempo darme cuenta de que todos necesitamos encontrar alivio de los tormentos del corazón, y es ahí donde podemos encontrar la raíz de la ira. Estas raíces pueden aflorar en sentimientos de miedo, inseguridad, vergüenza, pena, desilusión y muchos otros.
Cuando comprendes que la ira es una emoción natural, pero incómoda y defensiva, que te moviliza para protegerte de una amenaza percibida, entonces tiene sentido que nuestra inclinación inmediata y normal a esta emoción desagradable sea la resistencia.
En lugar de confrontar el sentimiento, tendemos a centrarnos en una persona o situación que sirve como un falso refugio, algo o alguien a quien culpar por lo que no nos gusta. Formar un falso refugio externamente nos roba la oportunidad de reflexionar sobre nuestros miedos, nuestra soledad y nuestras heridas, y elimina el camino para sanar la causa de nuestro sufrimiento.
Enfrentarse a la ira sin conciencia nos pone en gran riesgo. Como ha dicho sabiamente el maestro budista Bhikkhu Bodhi: “ La ira puede hervir a fuego lento en forma de sospecha silenciosa y resentimiento, o puede explotar en furia violenta y devastación.”
La ira puede venir con dos narrativas opuestas según el tipo de condicionamiento que tengamos. Puede venir con justificaciones como necesito estar enojada, porque si no lo estoy, me van a lastimar, lo que crea historias en nuestras mentes de lo que realmente creemos y nos desconecta de lo que realmente albergamos en nuestros corazones. Sin darnos cuenta de la trampa en la que hemos caído, la única salida, la única forma de salvar las apariencias, es la ira.
Paradójicamente, la ira también puede venir con la autocrítica: no debería estar enojado; una persona con mis valores no puede estar enfadada. Por lo tanto, Soy una mala persona si muestro ira. Reprimimos la ira con la auto-condenación, y así nunca desaparece. Sin trabajar para evitar el auto juicio, la ira no se metaboliza y puede volver a atormentarnos más tarde en formas inesperadas.
Dicho esto, la ira no es una mala emoción. La ira es una emoción apropiada e incluso razonable. Es parte del ser humano. Rumi, el poeta persa del siglo XIII, describe qué hacer cuando nos visitan emociones incómodas en su hermoso poema, “La casa de huéspedes.”
¡Dales la bienvenida y acógelos a todas¡
incluso si son una multitud de lamentos
que desvalija violentamente tu casa.
Aún así, trata a cada huésped honorablemente pues
puede estar creándote espacio
para un nuevo deleite.
Cada emoción trae consigo sabiduría con la que debemos sintonizarnos. La ira nos indica que algo debe cambiar. Necesitamos poner un límite a algo que se ha violado u observar que algo que nos importa se ha bloqueado o desencadenado.
Cuando nos enfrentamos a un escenario que provoca una ola inicial de ira, primero debemos entender cómo no enfrentarnos a él. Reprimir nuestra ira o reaccionar intempestivamente sobre ella son dos formas poco hábiles de abordar esta energía inicial. Ambos nos roban el liderazgo propio.
Las formas hábiles de comenzar a trabajar con la ira implican cultivar una apertura hacia la curiosidad y la autoconciencia. Debemos examinar la ira con el deseo de aprender de ella, no en un análisis frío y superficial, sino en una forma cálida e íntima que proviene de la preocupación por la naturaleza del ser humano. Debemos sentir la ira a nivel somático y explorar lo que hay debajo. Necesitamos sentir la emoción para poder curarla
También necesitamos convertirnos en el observador de nuestra irritación. Dado que sentimos la inquietud del impulso en nuestro cuerpo, debemos llevar nuestra mirada hacia adentro y presenciar cómo estamos siendo activados. Podemos notar las sensaciones en nuestro cuerpo: tensión, un nudo en la garganta o en el estómago, palpitaciones, calor corriendo por el pecho y la cara.
A medida que notes estas sensaciones, permítete sentirlas. Como dice Rumi, “Permanece con la sensación. La herida es el lugar por donde la luz entra en ti”. Siente la ira sin juzgarla, sino con autocompasión. Sosteniendo tu sufrimiento con ternura, permitiendo que cualquier pensamiento relacionado con tus emociones aflore y luego déjalo ir. De esta manera, tus emociones podrán moverse en lugar de bloquearse en tu cuerpo y convertirse potencialmente en una enfermedad.
Cuando me pregunto ¿Qué me pasa? Vuelvo mi mirada hacia adentro y me enfoco en mis disparadores. Esto elimina la influencia de cosas externas que no puedo controlar. Cuando me enfoco en mí, a menudo me doy cuenta de que no se trata de quién me hizo algo o qué me hicieron a mí. En cambio, se trata de lo que está pasando en mi interior. La ira está dentro de mí, y tan pronto como cambio el enfoque al área correcta, la ira comienza a disolverse.
En el Camino del Bodhisattva uno de los textos más influyentes en la tradición budista Mahayana, Shantideva, monje budista indio del siglo VIII, dice:
Cuando surja en la mente el impulso
de sentimientos de deseo o de odio colérico,
¡no actúes! ¡Cállate, no hables!
Y como un tronco debes permanecer.
Cuando la mente esté loca por la burla
y llena de orgullo, arrogancia y altanería,
y cuando quieras mostrar las faltas ocultas de los demás,
y sacar a relucir viejas discordias o actuar con engaño…
Es entonces cuando debes permanecer como un tronco
Esta práctica nos dice que hagamos una pausa antes de reaccionar, lo que nos da el espacio para inhalar y exhalar y comenzar a disolver la tensión. A través de esta acción, nuestros pensamientos pueden calmarse y podemos ver las cosas con mayor claridad.
Esto requiere práctica y, como tal, debemos participar en ello de manera constante. Podemos comenzar con pequeños desencadenantes, como cuando perdemos las llaves, cuando extraviamos nuestras billeteras, cuando tenemos problemas con la computadora o llegamos tarde a una reunión. De esta manera, entrenamos nuestro cerebro para responder con atención y sabiduría cuando nos provocan amenazas mayores.
Asumir la responsabilidad de lo que estamos experimentando en lugar de evitar o reprimir la ira es empoderador. Sentir el sentimiento y la sensación en el cuerpo es donde comienza la curación. Solo así, podremos tener la claridad de mente necesaria para dar un paso sabio hacia adelante.
Mónica es una consejera espiritual y educadora en el área de salud mental. Ella ofrece herramientas para ayudarnos a desenredar problemas complejos, reformar experiencias de vida difíciles y fomentar el crecimiento espiritual. Ella incorpora diferentes modalidades integrando las tradiciones contemplativas con ciencia cerebral innovadora, psicoterapia motriz y sensorial, y terapias somáticas para así estar más conscientes de nuestra propia experiencia, estructurando la arquitectura del cerebro por medio de la neurpolasticidad, desarrollando hábitos de la mente que nos ayudan a manejar el estrés, trayendo alegría y vitalidad a nuestras vidas. Mónica es la fundadora de EmbraceMindfulness.org. Con una maestría en educación y un certificado de maestría en Mente, Cerebro y Educación (MCMBT) de la universidad de Johns Hopkins. Su área de investigación incluye la efectividad de la atención plena como método de intervención para reformar y transformar la ansiedad y la ira. Mónica ha practicado la meditación de atención llena por más de 22 años. Mónica fue la coordinadora y editora del programa de charlas de dharma y meditación de Tara Brach en español. Para aprender más de ella y su trabajo, visita su página web.