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¡Bienvenidos a nuestra nueva sección de Dharma en Español! Aquí en Tricycle reconocemos la importancia de seguir ofreciendo el dharma a los practicantes de una amplia gama de comunidades, y dado el creciente interés en el dharma en español, hemos puesto en marcha una nueva iniciativa para ofrecer enseñanzas originales y traducidas. Profesores de habla hispana de Latinoamérica y Europa han contribuido generosamente con charlas de dharma y prácticas que publicaremos en nuestra página web y en la revista, así como con artículos seleccionados de nuestra Sección de Enseñanzas. Esperamos que estos artículos cuidadosamente seleccionados les inspiren, desafíen y apoyen, y que también animen a todos aquellos que buscan la liberación a recorrer el camino de la práctica.
No dudes en hacernos llegar tus comentarios o sugerencias. Nos encantaría saber de ustedes.
Welcome to our new Dharma in Spanish section! Here at Tricycle we recognize the importance of continuing to make the dharma available to practitioners across a wide range of communities, and given the increased interest in Spanish dharma, we’ve started a new initiative to offer ongoing original and translated teachings. Spanish speaking teachers from both Latin America and Europe have generously contributed dharma talks and practice pieces that we’ll be publishing in our website and print magazine, as well as selected pieces from our Teachings section. It’s our hope that these carefully curated offerings will inspire, challenge, and support you and encourage all those seeking liberation to walk the path of practice.
Please don’t hesitate to reach out with your comments or suggestions. We’d love to hear from you.
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Se me acabó el detergente nada más me puse a fregar platos. Estaba impartiendo un retiro en línea y tenía un par de horas libres entre los bloques de la tarde y de la noche. Mi primer pensamiento fue bajar al supermercado de la esquina a comprar un bote nuevo. Pero entonces recordé que la semana anterior había visto una tienda de productos de limpieza ecológicos cuatro o cinco calles más allá del supermercado. Dudé. ¿Tenía tiempo para ir? ¿Valía la pena? Finalmente tomé un bote vacío y salí hacia la tienda para rellenarlo.
Volviendo a casa, sentí de forma muy palpable una alegría tranquila, vitalizante pero no agitada. Era como estar centrado, alineado con lo bueno. Me sentía coherente conmigo mismo y satisfecho. La sensación se parecía a haber terminado una comida tanto sana como sustancial, con la cual no te quedas con hambre pero tampoco harto, pesado, o soñoliento. Mi mente estaba espaciosa, recogida, con muy pocos pensamientos. Al llegar a casa me puse a preparar una charla sobre los factores del despertar (bojjhaṅga) para el retiro y fue entonces que comprendí lo que había sucedido.
Los factores del despertar son siete: presencia, indagación, coraje, alegría, calma, recogimiento, y ecuanimidad. El primero, presencia, suele traducirse como atención plena o mindfulness. En pali la palabra es sati, que significa recordar, tener (y mantener) algo en mente; no olvidarlo. En español tenemos la gran suerte de que la expresión “tener algo presente” incluye todas esas connotaciones. Solemos concebir esta presencia como una cuestión puramente atencional, pero en el budismo el mindfulness siempre tiene un lado ético: también implica tener presentes nuestros valores y cómo queremos vivir. Acompañado por un respeto hacia nosotras mismas y las demás, estar presentes nos permite conocer la geografía de nuestro paisaje interior y ver si estamos cultivando un ecosistema en armonía. Sin esta presencia, nuestra conducta cotidiana puede estar en disonancia con la meta que, en las profundidades de nuestro corazón, queremos y apreciamos, considerándola buena.
Esta forma de entender el mindfulness o presencia nos remite a nuestra vida fuera del cojín. Quizás pensemos que los factores del despertar se refieren a la meditación formal, pero tenemos que cultivarlos también fuera de ella si queremos transformar nuestras vidas de verdad. De hecho, otra forma de traducir bojjhaṅga es “extremidades” o “patas” del despertar. Estos siete factores son aquello con lo que el despertar hace camino—o como dice el famoso poema de Antonio Machado: “hace camino al andar.”
Ahí, en mi fregadero, tuve un instante de mindfulness: ante el pensamiento de bajar al supermercado, me acordé de esa otra tienda que había descubierto, y que había pensado que valía la pena probar. Este pensamiento vino acompañado de indagación: ¿qué opción era mejor? ¿Cuál era más coherente con los valores de mi práctica? La indagación es una cara de la sabiduría; implica aprender a discernir entre lo bueno y lo malo, lo sano y lo malsano, lo reactivo y lo consciente.
Sin embargo, este tipo de acción toma cierto coraje o esfuerzo, porque a veces la mejor opción no es la más fácil: ciertamente era más cómodo para mí ir al supermercado de la esquina. La pereza complaciente siempre encontrará argumentos seductores para justificarse.
Nuestra reactividad exagera la satisfacción que nos proporcionará elegir la opción habitual y fàcil—hasta hace parecer que resistirse a ella sería un esfuerzo digno de Sísifo! Tal y como nos lo pinta nuestra reactividad, parece que la mejor opción es la que nos promete gratificación instantánea. Pero el Buda dijo que su enseñanza iba contra corriente. Practicar el dharma implica una resistencia a esos patrones que son tan individuales como colectivos, tan heredados como aprendidos, reforzados por un sistema construído alrededor de la ganancia económica, por una cultura que insiste en convencernos que cuanto más fácil y rápido logramos algo, mayor es el placer.
Pero ¿es eso cierto? ¿Educaríamos así a un niño pequeño? Todos hemos experimentado la satisfacción de conseguir cosas que requieren tiempo, energia, y dedicación. Y no siempre hace falta tanto esfuerzo—rendirnos a obrar de acuerdo con lo que verdaderamente valoramos, ir más allá de nuestras preocupaciones egocéntricas, puede brindarnos un gozo profundo, repleto de sentido.
Este es el factor del despertar de la alegría. No es la satisfacción que obtenemos a través del consumo o la estimulación constante, sino la que emerge de los factores anteriores: estar presentes, recordar la meta y valores de nuestra práctica, discernir con sabiduría, y tener el coraje de vivir de acuerdo a ella. A menudo pensamos que el camino tiene que ser arduo, que a mayor dificultad, mayor purificación; pero el Buda reconoció que no podemos estar sin satisfacción y placer en nuestras vidas; debemos integrarlos.
El dharma nos pide aprender a encontrar satisfacción en lo que es sano y liberador. Es realmente un aprendizaje: requiere poner atención a lo que hacemos y sintonizar con la sensación resultante en la mente y el cuerpo. Además es un entrenamiento necesario: sin él no sólo estaríamos desatendiendo nuestra necesidad natural de tener sensaciones agradables, sino que estaríamos dirigiendo nuestras acciones de acuerdo al deber o la privación. Si, por ejemplo, queremos dejar de comer animales para expresar nuestro compromiso con la compasión, ¿cómo tendremos más éxito: si lo concebimos como una penitencia autoimpuesta o si encontramos formas de disfrutar nuestra comida con nuevas recetas y sustitutos de la carne?
La alegría que sentí mientras volvía a casa con mi bote de jabón era ligera y sutil pero, gracias a la sensibilidad que había cultivado en esos días de retiro, me empapó de arriba a abajo. Esta sensación de alegria me aportó vitalidad, pero lejos de excitarme, relajó mi cuerpo entero y mi mente, ayudándome a estar centrado, con silencio interior. Esos son los dos siguientes factores: la calma y el recogimiento (en pali este último se llama samadhi, habitualmente traducido como concentración).
En estados como estos, sentimos que no necesitamos nada; no nos vemos afectados por los sesgos y emociones reactivas que de costumbre nos arrastran; basta con observar la mente sin interferir. Desde este espacio, vemos las cosas de forma más equilibrada e imparcial—este es el séptimo factor del despertar: la ecuanimidad, abono idóneo para que crezca la sabiduría.
Lo importante de experiencias como la que describí es que nos ayudan a confirmar que hay una alternativa a los patrones reactivos habituales que seguimos para obtener placer y bienestar. Sabemos, por experiencia propia, que podemos encontrar placeres sanos que no son a costa de otros, sino que contribuyen a nuestra transformación espiritual, desarrollando la generosidad, la empatía, o la benevolencia. Con el tiempo, aprendemos a preferir esas opciones. Eso es sabiduría.
Hoy día pensamos que nuestro camino empieza con la meditación y que el resto—nuestra conducta, nuestros patrones de pensamiento, etc.—sigue como consecuencia natural. Siempre se me ha hecho curioso que el budismo tradicional lo presente a la inversa. Dice: empieza con cambiar cómo vives, cómo te comportas y comunicas con los demás, y sobre esta base siéntate a meditar. ¿Qué pasaría si experimentáramos con tomarnos en serio esta sugerencia?
En cierta medida, los factores del despertar siguen esta lógica, por lo menos aplicados a la vida cotidiana. Vivir de acuerdo a la presencia, indagación, y coraje que describen, y aprender a derivar satisfacción de ello, disminuye nuestra reactividad y nos ayuda a cultivar cualidades que conducen a la mente a recogerse, lo cual nos permite ver con más claridad. En conclusión, cultivar una mente más despierta nos ayudará cuando nos sentemos a meditar. Andando sobre estas siete “patas,” seguimos las últimas palabras del Buda: “Recorred el camino con cuidado.”
Bernat Font es un profesor de budismo y meditación de Barcelona. Su tesis doctoral, en la Universidad de Bristol, explora la tonalidad (vedana) y el placer espiritual en el budismo primigenio.
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I
ran out of detergent as soon as I started doing the dishes. I was teaching an online retreat and had a couple of hours to spare between the afternoon and evening blocks. My first thought was to go down to the corner grocery store to buy a new bottle. But then I remembered that the week before I’d seen a store selling green cleaning products four or five blocks down the street from the supermarket. I hesitated. Did I have time to go? Was it worth it? Finally I grabbed an empty bottle and headed out to the store for a refill.
On the way back home, I felt a very palpable, quiet joy—energizing but not agitated. It was like being centered, aligned with the good. I felt coherent with myself and satisfied. The feeling resembled having finished a meal—both wholesome and substantial—when you’re neither left hungry nor stuffed, heavy, or sleepy. My mind was spacious, collected, with very few thoughts. When I got home, I set about preparing a talk on the factors of awakening (bojjhaṅga) for the retreat, and it was then that I understood what had happened.
The factors of awakening are seven: mindfulness, inquiry, courage, joy, calm, collectedness, and equanimity. The first, mindfulness, is the Pali word sati, which means to remember, to have (and keep) something in mind; not to forget it. We usually conceive this presence as a purely attentional matter, but in Buddhism mindfulness always has an ethical side: it also implies keeping in mind our values and how we want to live. Accompanied by respect for ourselves and others, being present allows us to know the geography of our inner landscape and to see if we’re cultivating a harmonious ecosystem. Without this presence, our daily behavior may be in dissonance with the goal that, in the depths of our heart, we want and cherish, considering it good.
This understanding of mindfulness or presence brings us back to our life off the cushion. We may think that the factors of awakening refer to formal meditation, but we need to cultivate them outside of it as well if we want to truly transform our lives. In fact, another way to translate bojjhaṅga is “limbs” or “legs” of awakening. These seven factors are that with which awakening walks the path—or like the famous poem by Antonio Machado says: “makes the path as it walks.”
There, at my sink, I had a moment of mindfulness: at the thought of going down to the supermarket, I remembered that other store I’d discovered and thought it was worth trying. This thought was accompanied by inquiry: which option was better? Which was more consistent with the values of my practice? Inquiry is one side of wisdom; it involves learning to discern between the good and the bad, the healthy and the unhealthy, the reactive and the conscious.
However, this kind of action takes some courage or effort, for sometimes the best option is also not the easiest: it was certainly more comfortable for me to go to the corner supermarket. Complacent laziness will always find seductive arguments to justify itself.
Our reactivity exaggerates the satisfaction that choosing the usual, easy option will give us—it even makes it seem as if resisting it would be an effort worthy of Sisyphus! As our reactivity paints it, it seems that the best choice is the one that promises instant gratification. But the Buddha said that his teaching went against the grain. Practicing the dharma implies a resistance to those patterns that are as individual as they are collective, as inherited as they are learned, reinforced by a system built around economic gain, by a culture that insists on convincing us that the easier and faster we achieve something, the greater the pleasure.
But is this true, and would we educate a small child in that way? We’ve all experienced the satisfaction of achieving things that require time, energy, and dedication. And it doesn’t always take that much effort—surrendering to doing what we truly value, going beyond our self-centered preoccupations, can bring us deep, meaningful joy.
This is the awakening factor of joy. It’s not the satisfaction we gain through consumption or constant stimulation, but that which emerges from the above factors: being present, remembering the goal and values of our practice, discerning wisely, and having the courage to live accordingly. We often think that the path must be arduous, that the greater the difficulty, the greater the purification; but the Buddha recognized that we cannot be without satisfaction and pleasure in our lives; we must integrate them.
The dharma asks us to learn to find satisfaction in that which is wholesome and liberating. It is truly a learning process: it requires paying attention to what we do and attuning to the resulting feeling tone in the mind and body. It is also a necessary training: without it we would not only be neglecting our natural need for pleasant feelings, but we would be directing our actions according to duty or deprivation. If, for example, we want to stop eating animals to express our commitment to compassion, how will we be more successful: if we conceive of it as a self-imposed penance or if we find ways to enjoy our food with new recipes and meat substitutes?
The joy I felt as I returned home with my jar of soap was light and subtle. Yet, thanks to the sensitivity I’d cultivated in those days of retreat, it suffused me from top to bottom. This sensation of joy brought me vitality, but far from exciting me, it relaxed my whole body and mind, helping me to be centered and with inner silence. Those are the next two factors: calm and collectedness (in Pali the latter is called samadhi, usually translated as concentration).
In states like these, we feel that we don’t need anything else; we’re not affected by the biases and reactive emotions that usually drag us down; it’s enough to observe the mind without interfering. From this space, we see things in a more balanced and impartial way—this is the seventh factor of awakening: equanimity, the ideal fertilizer for wisdom to grow.
The important thing about experiences like the one I described is that they help us confirm that there’s an alternative to the usual reactive patterns we follow to obtain pleasure and well-being. We know from our own experience we can find healthy pleasures that, far from happening at the expense of others, contribute to our spiritual transformation, developing generosity, empathy, or benevolence. Over time, we learn to prefer those choices. That’s wisdom.
We might think that our path begins with meditation and that the rest—our behavior, our thought patterns, etc.—follows as a natural consequence. It’s always struck me that traditional Buddhism presents it the other way around. It says: start with changing how you live, how you behave and communicate with others, and on this basis sit in meditation. What would happen if we experimented with taking this suggestion seriously?
To some extent, the factors of awakening follow this logic, at least as applied to daily life. Living according to the mindfulness, inquiry, and courage they describe, and learning to derive satisfaction from them, decreases our reactivity and helps us cultivate qualities that lead the mind to collect itself, which enables us to see more clearly. In conclusion, cultivating a more awakened mind will help us when we sit in meditation. Walking on these seven “legs,” we follow the Buddha’s final words: “Tread the path with care.”